
Primera tentación
La primera, expresada con las palabras “convierte estas piedras en pan” hace referencia al materialismo y al facilismo de quienes pretenden encontrar su alimento fuera de Dios y ponen su corazón en los bienes de este mundo. Esta tentación, que como ya hemos dicho, es llamada también la tentación del tener, atenta contra la pobreza, el abandona en la providencia divina, el desprendimiento y la práctica de la caridad. Puede ser contrarrestada por medio del ayuno, la limosna y la lectura y meditación de la Palabra de Dios: “No sólo de pan vive el hombre si no de toda Palabra que sale de la boca de Dios”.
Segunda tentación
La segunda tentación es la tentación del poder puesto que, el ofrecimiento del demonio, de dar a Jesús todos los reinos de la tierra tiene como objeto principal, no el servir a esos reinos, si no el poseerlos y dominarlos. Es también la tentación de la idolatría pues el precio que se debe pagar para recibir lo prometido es postrarse y adorar al maligno. Esta tentación nos remonta a la actitud del pueblo de Israel en el desierto que se construyó un becerro de oro y se postró ante él. De igual forma esta prueba atenta contra la virtud de la obediencia ya que nos invita a no hacerle caso a Dios. La castidad también se puede ver afectada si seguimos las inspiraciones del mal en este sentido ya que el placer es una de los ídolos más comunes que intentan seducir el alma. Adorar al Señor presente en la Eucaristía y someternos a la autoridad de nuestros superiores (padres, jefes, pastores, etc) son algunas de las armas contra esta prueba. “Adoraras al Señor tu Dios y sólo a él servirás”
Tercera tentación
La tercera y última tentación es la del aparecer. Se llama religiosa porque busca de Dios manifestaciones extraordinarias de su poder y de su fuerza con el pretexto de creer en él. Es tentar a Dios. Podemos exponernos y caer en esta tentación cuando creyéndonos fuertes no evitamos las ocasiones de pecar y confiamos más en nosotros mismos que en la gracias de Dios. A este respecto es bueno recordar las palabras de Jesús: “Sin mí no pueden ustedes hacer nada” (Jn. 15, 5)